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El límite de las palabras

portada-el-limite-de-la-palabra_1-es.jpgQue la palabra sea el límite no quiere decir que lo sea todo aquello que se pueda expresar con un puñado de ellas. Antología de microrrelatos solo de autores argentinos en la que se repasa la trayectoria y evolución de los mismos durante el siglo XX.
Un ejemplo: El Suicida. Enrique Anderson Imbert
Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lasitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.

Las lunas de Júpiter. Alice Munro

lunasjupiter.jpgLas lunas de Júpiter es uno de los cuentos incluidos en este volumen y da título a la recopilación. Cuentos de lo más cotidiano, con parejas que se juntan y se separan, que se trasladan a lo largo y ancho de tan extenso país como es Canadá, en los que relata la idiosincrasia de esa nación y al mismo tiempo ese fondo de melancolía que aporta el paso de tiempo, da igual donde se viva, tan bien descrito por Munro en su labor como cuentista, lo que le ha valido acceder al Premio Nobel sin necesidad de haber escrito novela de relevancia alguna.

Las mejores historias sobre perros

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Debió de haberlo cogido algún lector de malas pulgas pues el libro no estaba en la sección que le correspondía y me llamó la atención su portada. Es posible que en las manos anteriores se hubiese cerrado a modo de mordisco pero en las mías dejó un cariñoso lametón. Me gustan los perros, los que tiran de trineos, los que acompañan a los ciegos, lo que son capaces de arrear ovejas, mucho menos los falderos, esos perros de porcelana que roban el calor que desprende el canalillo, bien sea el alto o el bajo (¿Envidia? Tal vez) Lo cierto es que al ver el nombre de Jack London entre los selectos opté por él. Y no me equivoqué. Cuando paso a su lado aún oigo el ¡Gee! y el ¡Haw! de Thornton con el que Buck, su perro, fue capaz de mover el trineo atenazado por el hielo; o bien huelo el aroma que conducía a El Abad de Kipling a marcar con su hocico el lugar de las trufas; o me recuerda aquellos capítulos en blanco y negro inspirados en los collies de Terhune con su famosa Lassie.

 

Saul Bellow. Herzog

herzog-saul-bellow_1_1194607.jpgMe lo prestaron. Un desconocido. Me explico: el autor y el título. Premio Nobel él y el protagonista, Moses Herzog, un ex-profesor de cuarenta y siete años, al que su mujer acaba de abandonar por uno de sus mejores amigos, cuya trayectoria profesional se ha venido abajo debido a su indolencia y cuya vida, en general, parece haber entrado en un callejón sin salida.

Comencé a  leerlo. Primera frase: “Si estoy chalado, tanto mejor, pensó Moses Herzog”. Esto promete. 20 páginas más adelante anduve por Venezuela con Dª Bárbara. 10 más y me embarqué con Sawyer por el Misisipi. 20 más y descubrí la mecánica de la naranja. Aún lo intenté 15 páginas más, tras las que disfruté con Dª Fabrizio El Gatopardo.

Lo devolví. Un conocido. Me explico: quien me lo prestó. A Herzog no logré tener el gusto.

El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa

libro_1254668170.jpgEl Gatopardo puede pasar a la historia tan solo por la frase «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie» que ha dado lugar en los ámbitos políticos al “gatopardismo” significando una propuesta realizada por un mandatario lampedusiano. Ejemplo más actual: las reformas educativas.

Sin embargo la novela es mucho más. A pesar de ser su única obra novelada y estar escrita cuando rayaba los 60 años, Dº Giuseppe desde su posición de Príncipe y Duque describe figuradamente las andanzas de su bisabuelo de forma magistral, así como las adaptaciones llevadas acabo por la nobleza ante la reunificación “garibaldiana” de Italia, el ascenso de un nuevo tipo de poder: el político, y de camino hace un repaso al comportamiento de La Iglesia así como a la sociedad siciliana de la época. Todo ello entre amoríos pactados y tiras y aflojas para evitar la pérdida de poder aristocrático mientras el personaje observa como va pasando irremediablemente la vida.

La naranja mecánica. Anthony Burgess

9788445078822.jpgCuentan de quienes han de deshojar la margarita en las editoriales y en los concursos literarios que con leer las primeras quince a veinte páginas ya deciden si publicar o premiar los manuscritos a cribar.

También cuentan de quienes escriben, el esmero puesto en una primera página que capture al lector para que el libro permanezca en sus manos hasta la última.

A Burgess todo esto debió importarle un bledo tras ser advertido de la poca vida que le quedaba tras un diagnóstico, que resultó ser erróneo, de cáncer, y decidirse a escribir como un poseso. Esto explica que en la primera página existan unos veinte vocablos nadsat, una jerga adolescente ideada por él usando palabras rusas e inglesas Cookney así como algunas de propia invención, que obligan al lector a acudir al glosario final. Sin embargo no hace falta ser políglota para darse cuenta que se puede disfrutar de su lectura con fluidez ya que los términos están insertos en frases tan explícitas que a buen entendedor sobran palabras.

Lo que no le importó un bledo al escritor fue que Kubrick eligiera la versión americana como referencia para adaptar el guión de su película. En ese país la novela fue publicada sin el capítulo 21 en el que La Técnica Ludovico, empleada para tratar a Alex, es efectiva y el sujeto cambia de actitud.

Para aquellos a los que la película no dejó indiferente en el tratamiento dado a los condicionantes en torno a la violencia tanto individual como institucionalizada, el libro tampoco les defraudará.

Ajuar funerario. Fernando Iwasaki

cubierta_ajuar_septima_ed_300px.jpgLa portada es clara. En torno a la muerte, los miedos que genera, los que nos han generado, los antes y después de esas ánimas que vagan en cuartos cerrados, vasijas y cementerios, Iwasaki adorna sus microrrelatos colocando una condecoración de Poe, el anillo de James o la leontina de Lovercraft dándoles un toque personal propio de quien vivió aquellos entierros de antaño, con su caldo y plañideras. En unos casos sorprenden sus finales, en otros la habilidad para construirlos, en unos queda flotando el miedo si se releen mentalmente y en otros provocan una risa burlona que nos hace mirar de reojo.

 

Mortal y rosa. Francisco Umbral

umbral_mortal_y_rosa_austral_0.jpgEl autor convive aún en nuestras mentes con su frase: yo he venido aquí a hablar de mi libro. Y todos nos hemos quedado con el flash de un engreído, soberbio y déspota escritor. Quienes leen  lo que está escrito y no a quienes lo escriben opinan que ha sido uno de los mejores escritores del pasado siglo.
Sea como fuere lo cierto es que Mortal y Rosa vale la pena. Título que se ampara en un verso de Salinas reúne en dos palabras la muerte de su hijo de seis años tras sufrir leucemia. Frases mortales junto a lirismo rosa, un testimonio desgarrador lleno de imágenes volcadas desde la angustia y el dolor como fórmula para soportarse a sí mismo que divagan entre el canto, el ensayo, la filosofía, y la prosa poética.

Los cantos de Maldoror

Los_cantos_de_Maldoror.jpgDesconocía Isidore Ducasse que, bajo el seudónimo de Conde de Lautréamont, sus cantos, con una primera edición de diez ejemplares, provocarían tal desaguisado. Su prosa poética pasó desapercibida durante años, con la excepción de aquel primer editor que consideró muy arriesgado exponer al público el odio de Maldoror hacia Dios y su obra más importante: el propio hombre. Con 24 años Isidore dispara a diestro y siniestro contra todo convencionalismo establecido en un intento por destruir la realidad en favor de lo imaginario, de todo lo que se aleje del bien, aunque por ello sufra.

Libro de culto para el surrealista André Breton, libro inspirador para Modigliani y Dalí no deja de sorprender en los primeros cantos al lector, a quien enfrenta a sus propios principios, para luego ir perdiendo fuerza hasta el último capítulo de carácter novelesco.

Como hablar de los libros que no se han leido

9788433976512.jpgApunta el autor hacia el absurdo que conlleva la obligación de leer. Especialmente la de leer cierto número de textos canónigos que parecen ser un compromiso el no haberlos leído. También apunta al deber infundado de tener que leer todo sobre todo, cosa ilógica ya que no hay tiempo material para hacerlo y como bien dice podemos de alguna forma considerar libro no leído el no recordado. Por último se sustenta este ensayo en la obligación  inculcada de que para poder hablar de un libro hay que leerlo, lo que facilita la mentira pues resulta en ocasiones violento admitir la no lectura de un libro que es ampliamente reconocido en nuestro entorno.
No es muy complicado estar de acuerdo con estos argumentos. Cuando la lectura se aleja de estos postulados y se acerca al simple y llano placer la cosa cambia, pues si bien para hablar de un libro no es necesaria su lectura total o parcial, de nada vale el sucedáneo de haber leído El Kamasutra u hojeado revistas pornográficas para poder hablar del mismo deleite que proporciona leer la piel de la persona amada.
No obstante y siguiendo al autor, al expresar que igualmente pueden ser acertadas las opiniones si se conoce en perspectiva algo del autor, otras opiniones y su época, he leído con interés lo autoescrito por el profesor de literatura llamado  sobre el propio autor de este libro en el prólogo lo que creo me habilita no para hablar de este  libro que no he leído pero sí al menos para dejar de escribir sobre él.