Si te gusta leer y entras en una librería, aunque no lleves un título en mente, es probable que salgas con un libro en la mano. El peso, la portada, la curiosa vida del autor, el olor, el comentario en la contraportada, el género literario, el título, el comentario de un amigo: cada cual podría argumentar el por qué ha elegido esa lectura y no otra. En ocasiones somos incapaces de descifrar las asociaciones realizadas que nos han llevado a la toma de decisión. Antes de tomarla nuestras neuronas habrán tenido que buscar una serie de vínculos aparentemente desconectados entre sí en un intento por ordenar el caos. La realidad es que el libro sale de la librería.
Para Witold, Cosmos, es un intento de investigar sobre los orígenes de la realidad. Un gorrión colgado, un palito colgado, flechas en el techo, huellas, señales, bocas que se yuxtaponen, pistas en varias direcciones que la mente del protagonista trata de hacer coherentes en la búsqueda del mensaje que las ha de conectar hasta caer en la cuenta de que por encima de todo, la imperfección, la fragmentación del conocimiento humano equivale a una incapacidad para conocer el Todo.
Cosmos, es un libro recordado por Matías, el librero de Masilva, al verme entrar en su librería. Tras sacarlo de la retranca, de ese cofre de los tesoros que atesora el buen librero, me dijo: llévate éste, te lo presto, lo traje de México; si de mis clientes hay alguno que le pueda sacar partido a Witold eres tú. Él fue polaco pero la Segunda Guerra Mundial lo pilló en Argentina y por allí se quedó. Al otro lado se le conoce más.
Para quien escribe, Witold y Cosmos pueden dejar al lector tan colgado como un salchichón o como el gorrión de la portada o bien reconocer que es el gorrión quien ha dejado colgado al lector preguntándose el tiempo empleado en hacer coherentes interpretaciones que no dejan de ser meras aleatoriedades, incluida la propia comprensión del Cosmos ante la incapacidad para conocer el Todo.