El arte de narrar nació del miedo de morir. Está en Las mil y una noches. Cada noche, Sherezade iba cambiando un cuento por un nuevo día de vida. Pero también creo que el miedo de vivir es peor que el miedo de morir. Y me parece que el asunto, en este mundo y en este tiempo, es ese: el miedo de recordar, el miedo de ser, el miedo de cambiar. O sea: el miedo de vivir.
-“¿En qué andás? Acá, en la vuelta”
-Pues acabo de terminar Jane Eyre y por ahora sin nada que leer.
-¿Y vos que tanto gusta del deporte acaso no has leído el de Eduardo sobre el fútbol?
-Aún no. No estoy para leer sobre los orígenes del fútbol, los campeonatos, los mejores jugadores y los resultados. Me gusta Galeano pero no tanto como para abrazar su fanatismo por fútbol.
-Pah, me mataste. No digas eso, no podés. Me muero. Yo no hablo de fútbol, hablo de literatura. Yo para mí lo leería.
-¿Qué quieres que te conteste? ¿Yo te entiendo a vos pero vos también entendeme a mí?
-Che, vo`loco, no seas pelotudo. Da bola, te la bajo más despacio: li-te-ra-tu-ra. Cuchame: con la verdad no ofendo ni temo.
-Y leído está. Y he de confesar que tenía razón el charrúa. Para muestra:
Los goles de Leónidas eran tan lindos que hasta el arquero vencido se levantaba para felicitarlo.
Cuando Garrincha estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta.
A Boby Charlton la pelota le obedecía. Ella recorría la cancha siguiendo sus instrucciones y se metía en el arco antes de que él la pateara.
El escritor Albert Camus, que había sido arquero en Argelia, no se refería al fútbol profesional cuando decía «Todo lo que sé de moral se lo debo al fútbol»(Javier González)
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