El libro ha formado parte de ese grupo de textos que entró en casa la noche del cinco de enero para hacer crecer la pequeña torre de la mesa de noche. Allí ha ido subiendo y bajando como los equipos de fútbol en la liga y ha sido manoseado como un bocadillo que no hace mucha ilusión comer, al que se le abre las tapas continuamente esperando sea otro el contenido. Su elección habrá obedecido a ese tipo de razonamiento lógico por esas fechas cuando no sabes qué regalar: tú no te compliques, un libro y aciertas, y si ya se lo ha leído o no le gusta que lo cambie. Y puestos a elegir Los Reyes optaron por el más novedoso: imposible que ya lo haya leído; por el de nombre más raro: ni tiempo ha tenido de conocer a tan joven autora; por el de mejor crítica: el que imponen las editoriales como patrón de lectura (esto es de quien escribe no de Los Magos)
Con estas premisas el libro se ha ido leyendo tal y como mi tía Lola me hacía comer. Que te veía rumia que te rumia, te metía otra cucharada; que no te bajaba por el gaznate te introducía otro alimento que sabía te gustaba. Y mezclando unas lecturas con otras las palomas acabaron por caer. La historia se desarrolla en Estonia y dibuja el panorama vivido por sus habitantes al ser ocupados por Rusia, por Alemania y vueltos a ocupar por la URSS mientras añoran volver a ser independientes. Está bien escrito (adecuadamente escrito para ganar premios), es entretenido e instructivo pero tras leer Contra toda esperanza, Todo lo que t3ngo lo llevo conmigo y Vida y destino, bien pudieron haber quedado las pobres palomitas volando.
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