«Sucumbiré, se que sucumbiré, pero puedo decir que me he resistido contra ello toda una vida. Si no me hubiera resistido toda una vida, importaría poco que también yo haya de sucumbir.»
Elias Canetti, escritor y pensador en lengua alemana, Premio Nobel de Literatura en 1981.
«En la página 586 el autor escribe: “El agua de la jofaina se tiñó como después de un combate naval junto a las Islas Canarias”. El por qué eligió esa comparación es imposible de descifrar como lo es en muchos puntos del libro el comportamiento de los personajes, especialmente el central, llamado Peter Kien, el mayor sinólogo vivo, el “hombre-libro”, que acaba quemándose en su biblioteca. Su trama, en ocasiones caótica y difícilmente inteligible, facilita una lectura propensa a cerrar el libro definitivamente, y olvidar a sus protagonistas hiperbólicos dejándolos atrapados entre las páginas. Leer la única novela escrita por Canetti es una experiencia que no deja indiferente. Su lectura como su propio título, Auto de fe, implica creer o no creer. Posee grandes defensores y detractores por lo que hay que estar dispuesto a abandonar la misma a las primeras de cambio o a aprender de su soledad exactamente como si estuviésemos dispuestos a ingresar por propia voluntad en un manicomio vacío a sabiendas que la locura que destilan sus personajes sería la norma en quienes deambulasen por las calles.» (Javier González).
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