Toda literatura es baldía como la tierra gastada, pero podemos recuperar algunas porciones si las habitamos realmente con el espíritu, a pesar de la erosión permanente del lenguaje.
“Lo vi inserto entre otros en una de las estanterías dedicadas a literatura latinoamericana. Había leído previamente Confabulario. Si es de Arreola… me dije. ¡Cómo evitar al menos ver la portada! Con el dedo índice lo fui inclinado. ¿Un oso pedaleando en bicicleta? ¡Cómo evitar tenerlo entre las manos para comprobar tal equilibrio! Bestiario, Cantos del mal dolor, Prosodias y Aproximaciones. El último bloque parece poesía escrita y algo lioso, metafísico. El resto lo abras por donde lo abras, leas cualquier relato corto que elija la suerte, logra tal equilibrio entre todo lo que expresa con tan pocas frases que como su apellido, riza el rizo, y convierte un espacio circular abierto en una “areola literaria” llena de terminaciones nerviosas que estimulan la fantasía.
Y es que Juan José con un papel y un lápiz entre las manos sabe lo que hace. ” (Javier González)











Cuando los microrrelatos son buenos siempre existe una cierta connivencia con su autor, una cierta tolerancia que perdona las posibles faltas por intentar decir tanto con tan poco. Si por el contrario son muy buenos el lector ha de pararse tras el punto final, sonreír y volver a leer para disfrutarlos nuevamente porque llámese como quiera denominarse (relato hiperbreve, nanocuento, literatura cuántica, minicuento, microficción) a esos pocos renglones en los que se despliega toda una historia ni le falta ni le sobra una palabra. Es una obra arquitectónica realizada a escuadra y cartabón que al igual que éstos útiles deja al lector los triángulos huecos para que se asome por ellos y siga construyendo el resto de la obra a su imagen y semejanza tras su lectura. Es lo bueno que tiene una Antología. (Javier González)



