Una vez pasas el control de un aeropuerto cada cual vaguea por aquella sección que más le atrae a la espera del embarque y siempre y cuando quede algún detalle por incorporar es posible, como en mi caso, que tras valorar la opción de comprar algo de embutido bilbaíno, membrillo de la zona, o una Virgen de Begoña a precios nada benditos, acabe hojeando un libro a modo de recordatorio entorno a la gastronomía vasca. Si en esas se te presenta una oportunidad amena con la que instruirse en los entresijos del español y entretener el vuelo es tan difícil resistirse como dejar un pincho de lado.
En sus páginas se puede encontrar sentido a las típicas frases: Más feo que Picio, No ha venido ni el Tato, El corral de la Pacheca o El coño de la Bernarda. También cómo el paso del tiempo modifica el significado de las palabras y así: Álgido pasó de ser “muy frío” a punto “culminante” o Enervar que fue “debilitar” mucho antes que “poner nervioso”. Ayuda a entender redundancias repetitivas como deambular sin rumbo, puños cerrados, cita previa, nexo de unión, crespón negro o persona humana. A su vez se puede encontrar el sinsentido al uso del grafismo @ para evitar problemas de género ya que la escritura debe estar al servicio del habla y ese signo no va unido a sonido alguno o bien lo innecesario del empleo de formulas desdobladas los/las tan manido últimamente para evitar discriminaciones.
Su lectura es como un pincho, da gusto al paladar pero no sólo de sabores vive el hombre.
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