Apunta el autor hacia el absurdo que conlleva la obligación de leer. Especialmente la de leer cierto número de textos canónigos que parecen ser un compromiso el no haberlos leído. También apunta al deber infundado de tener que leer todo sobre todo, cosa ilógica ya que no hay tiempo material para hacerlo y como bien dice podemos de alguna forma considerar libro no leído el no recordado. Por último se sustenta este ensayo en la obligación inculcada de que para poder hablar de un libro hay que leerlo, lo que facilita la mentira pues resulta en ocasiones violento admitir la no lectura de un libro que es ampliamente reconocido en nuestro entorno.
No es muy complicado estar de acuerdo con estos argumentos. Cuando la lectura se aleja de estos postulados y se acerca al simple y llano placer la cosa cambia, pues si bien para hablar de un libro no es necesaria su lectura total o parcial, de nada vale el sucedáneo de haber leído El Kamasutra u hojeado revistas pornográficas para poder hablar del mismo deleite que proporciona leer la piel de la persona amada.
No obstante y siguiendo al autor, al expresar que igualmente pueden ser acertadas las opiniones si se conoce en perspectiva algo del autor, otras opiniones y su época, he leído con interés lo autoescrito por el profesor de literatura llamado sobre el propio autor de este libro en el prólogo lo que creo me habilita no para hablar de este libro que no he leído pero sí al menos para dejar de escribir sobre él.
Deja un comentario