Hablábamos hace unos días del 25 aniversario de la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife cuando descubrimos que realmente, la primera Feria de este tipo que se celebró en la capital de Tenerife fue en el año 1978. En los albores de la transición, unos dieciseis libreros consiguieron un crédito de cienmil pesetas para montar unas casetas de madera en el Parque García Sanabria. El concejal del momento, Don Juan Dominguez del Toro concedió los permisos pertinentes y a la inauguración acudió incluso el Señor Otero Novas, ministro del gobierno de Adolfo Suarez. Dicen quienes lo recuerdan que aquello fue la gran fiesta de los libros. Después de esa han pasado 35 ediciones y hace unos días finalizó la última.
Nosotros no nos atreveríamos a decir que la de este año haya sido una fiesta, porque la verdad es que hemos ido a algunas y lo que se dice una fiesta pues tampoco. Bajo nuestro modesto punto de vista creemos que los libros, el público interesado en ellos, y la ciudad de Santa Cruz se merecen algo más que un evento para tapar bocas y disimular carencias justificándose en la innombrable y aburrida crisis.
Una feria improvisada y sacada adelante con un mes de antelación y unos ridículos recursos económicos y técnicos. Casetas más pequeñas, tal como se acordó, para reducir costes, pero totalmente ineficaces ante la mísera posma que cayó la primera noche y que arruinó algunos libros ya preparados para su exposición. Un programa escaso, cogido con pinzas y resuelto como buenamente se pudo, aunque sin duda mejorable en cantidad y variedad. Y finalmente, sorprendentes propuestas de la organización: «O les ponemos luz en las casetas o ponemos mobiliario». Los libreros elegimos la luz.
La mayoría del gremio está a favor de ella, sobre todo porque han sabido vislumbrar que el sector debe adaptarse con rapidez a un proceso de cambio global que les afecta de forma directa. Tanto por las variables económicas como por las presuntamente renovadoras alternativas tecnológicas que están condenando al libro en papel al entierro definitivo. Masilva sobre esto ha sacado algunas conclusiones:
No se vendieron más libros porque la gente que lee y compra libros no tiene dinero. Las fechas de la feria coincidían con la primera semana del mes pero solo el día uno, se vendieron libros de forma especialmente llamativa. Aquello de, «estamos a primero de mes y vamos a gastar un poco,» se reduce literalmente al día uno.
Los lectores electrónicos y el libro digital, siguen sin estar al alcance del poder adquisitivo de muchísima población lectora y aunque amenazan, su ruido es más alto que su eficacia para generar nuevos hábitos en el público, tanto en el que lee habitualmente como en el que no lo hace.
La amenaza real que se cierne sobre las librerías creemos que es la del desinterés por los libros y la lectura de la mayoría de la población que sabe hacerlo, y especialmente la población adulta. Padres y madres que no leen habitualmente y que tiran de sus hijos cuando se acercan a los libros con insulsos argumentos del tipo, eso es mucho libro para ti, o para que te compras un libros si luego lo arrimas y coge polvo. O la de adultos que resoplan cuando ven el precio de un libro devolviéndolo a su estante con desdén, o la de adultos que pretenden adquirir un libro regateando un euro en su precio. Por eso no leen. No hay dinero para libros.
El libro está al alcance de todo el mundo, los hay baratos, caros, gratuitos, buenos, malos, en papel o electrónicos. El acceso a los libros es sencillo, están en las bibliotecas, en las librerías, en la web, o en la casa de casi cualquiera. El hábito lector hay que cultivarlo, ni se nace con él ni se crea espontáneamente y es probable que las administraciones públicas tengan mucho que hacer y decir en el fomento de la lectura y el cuidado de los lectores. Por lo menos cuando se les pregunta a sus responsables todos están de acuerdo en su importancia, y todo parece indicar que una sociedad lectora es más sana intelectualmente hablando y estará más capacitada para resolver su problemas que otras.
Muchos libreros están a favor de los libros y de cualquier evento que gire en torno a ellos. Y muchos libreros están a disposición de las administraciones públicas para colaborar en cualquier medida de fomento de la lectura. Por eso muchos libreros desearían que una feria del libro se planteara desde una óptica diferente. Una óptica más cercana al proyecto constructivo donde se planifiquen y planteen objetivos de forma realista, alejados de la improvisación y el momento para la foto del que ya estamos un poco hartos.
Trataremos de echar una mano y esperamos que nos la acepten. Ya les contaremos.
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